Winnie the Pooh suele pasar sus días sin prisa, disfrutando de la vida junto a sus amigos en el Bosque de los Cien Acres a su propio ritmo. Pero la película “Winnie the Pohh” no pudo llegar en un mejor momento.
Es la opción ideal a los grandes espectáculos cargados de efectos especiales que suelen dominar durante el verano. No está atiborrada de trucos generados por comuptadora y, gracias a Dios, no te salta encima en 3D.
Dada su material de base -la imperecedera escritura para niños de A.A. Milne-, la película está dirigida naturalmente a los pequeñines, con sus tiernos personajes y animación semejante a trazos de acuarela, pero no a expensas del disfrute de los adultos.
“Winnie the Pooh” es de un humor hilarante aunque hay un elemento de seriedad en las aventuras de Pooh, Tigger, Piglet y el resto de la ganga que resulta en total rurrealismo. Nadie es ni cercanamente tan inteligente o competente como pretenden ser, pero tienen buenas intenciones y eso nos hace preocuparnos por ellos.
Al mismo tiempo ofrece una buena dosis de nostalgia, de memorias de la infancia y de tiempos simples. La secuencia inicial, con peluches de los personajes cobrando vida, nos recuerda que estas historias son producto de la imaginación infantil. Que funcione bien a esos dos niveles es testamento de la claridad de visión de la producción. Los directores Stephen Anderson y Don Hall regresan a la estructura original de las películas de “Pooh”.
Según la trama, Pooh despierta una mañana sintiendo un ruido en su estómago y mientras va en busca de miel, se distrae con un concurso para encontrar un nuevo rabo para el triste burro Eevore. Pero una serie de malentendidos por parte del arrogante Owl lleva al grupo a creer que una horrorosa criatura ha secuestrado a Christopher Robin.
De ahí en adelante elaboran un alocado y enredado plan tras otro para encontrar a su amigo humano. La solución del problema parece incierta, pero lo que sí es seguro es que esta es la opción perfecta para exponer a los pequeñines a su primera experiencia fílmica.
